A mi
la pasión me entra y me sale por los ojos,
quizá
de ahí mi gusto fetichista por los lentes o “anteojos”,
me
gusta mirar y que no se note tanto: los lentes resultan un buen distractor.
Me
apasiona mirar,
pero
sobre todo me apasiona mirar las cosas simples del cada día: me gusta
mirar
ahí en donde parece que no pasa nada, porque es justamente ahí en donde pasa
todo. A mi mirando las historias me toman por asalto, me secuestran el alma.
A mi
por los ojos la vida me toma toda.
Por
las mañanas salgo a la terraza y café en mano, abrazada por el viento frío que
aunque sea de otoño viene disfrazado de invierno (hay quien dice que un día de
enero se coló en octubre), miro como extraviada el correr de la gente: no
importa si van a la escuela, al trabajo o de pinta, todos corren presos del
reloj, y como andan tan atentos al tiempo se despistan, se ponen flojitos y se
sueltan: los veo soltar entonces el reclamo de la noche anterior, el más
efusivo te quiero o el llanto más infame, la confesión de una traición, el
mejor chiste del día o la escapada de un inocente que juro que iba a correr y
sale sudando de un departamento: miro entonces el apasionado beso de despedida
de un par de amantes y después el caminar lento de “aquí no pasa ni paso nada,
yo fui a correr”. Si estoy en un restaurante me puedo perder por horas mirando
lo que ocurre en la mesa de enfrente o de a lado, entonces invento historias,
telenovelas y mitos, invento vidas, miles de vidas en un instante. Miro al
abuelito aburrido que sonríe como si la estuviera pasando bomba y hubiera
esperado todo el año para la reunión familiar que, por cierto, es en su honor.
Miro a la señora preocupada por el tono alto que va tomando la reunión o por la
cantidad de cubas que se han bebido, miro a un padre babeando porque su hija se
le ha trepado encima a sobarle un cachete. Miro a los que sutilmente se tocan
por debajo de la mes, el drama que está apunto de empezar entre una pareja de
novios y también la torpeza absoluta de una primera cita que ya desde el inicio
empieza a pesar y sabe a fracaso, pero también el inesperado encuentro de un
par de viejos amigos que se han querido siempre y se había perdido, entonces
una mesa se hace dos y las horas se alargan. En el metrobus o encerrada en mi
encapsulado autito, miro los gestos, las miradas pérdidas, el apasionado canto
(que no escucho pero miro) de alguien que ha pasado de la desesperación al
encuentro con la música como única posibilidad para liberarse de un
embotellamiento que nos enloquece a todos: Chente Fernández es en ese momento
un líder pacifista que sin saberlo ha impedido una revolución. Miro también, y
vaya que lo disfruto, la discreta pero nunca despreocupada lucha contra un
moco. Miro como en la fila de un supermercado, después de minutos largos que
parecen horas, un intercambio de palabras entre dos desconocidos pasa de ser un
intercambio a una verdadera conversación y después, miro con atención el
instante mismo en que una conversación se vuelve un encuentro…entonces suspiro
y me lleno, una vez más, de vida.
Miro
las esquinas, las banquetas, las tienditas antes de transformarse en Oxxos,
miro a través de las ventanas en los edificios, miro las luces encendidas a
horas o deshoras o a cualquier hora. Miro las macetas con flores marchitas o
las cuidadas, imagino las manos que las abandonan o consienten. Miro, miro
porque a mi lo que me apasiona es mirar, porque contemplando se me puede ir la
vida toda, porque registrando lo sutil me siento viva y contemplando o inventando
la vida me siento parte de ella. Miro, miro porque a mi la pasión me entra y me
sale por los ojos. Soy pues una mirona profesional, una vouyerista.
Me
apasiona mirar, pero también me gusta mirar cuando la gente escucha lo que miro
y sobre todo encontrar la forma de ayudar a que otros digan, se expresen; me
apasiona encontrar caminos para que los otros hablen y yo pueda entonces mirar,
contemplar maravillada el momento justo
en el que su silencio se rompe y sus voces encuentran forma, cadencia, sonido,
salida… el momento en que sus voces se vuelven una forma de libertad. Me gusta
pues mirar y ser pretexto para que los otros hablen.